lunes, 16 de febrero de 2015

El negocio de la gasolina



En una primera apreciación se percibe que por las calles de Benín  circulan muchas motos pequeñas y muy pocos coches (y de los muy pocos, la inmensa mayoría están para el desguace). También de forma inmediata llama poderosamente la atención el asunto de la gasolina y las gasolineras. Las gasolineras oficiales, las de las multinacionales, las de toda la vida a las que estamos acostumbrados aquí, hay pocas y están vacías. Nadie, absolutamente nadie reposta en ninguna de ellas. 

Mientras, por otro lado, se ven cientos de tenderetes en la calle con frascas y botellas de plástico llenas de gasolina. Obviamente en estos puestos callejeros clandestinos no hay garantía alguna acerca de la calidad del producto que allí se vende y, sin embargo, son las que la gente utiliza para llenar el depósito. En cuanto uno lleva dos días en Benín se da cuenta de que es gasolina de contrabando que se vende a precios mucho más baratos. La gasolina se pasa de estraperlo, de forma más o menos disimulada o de forma totalmente descarada desde Nigeria, país vecino que, además, es el primer productor de petróleo de África. 


El tejemaneje es más que evidente y las autoridades no hacen nada por impedirlo. Es habitual ver motos circulando con treinta o cuarenta garrafas de gasolina apiladas con virtuosismo increíble para que el conductor pueda manejar el vehículo, pero también es relativamente frecuente ver pasar por la calle una scooter con depósitos gigantescos que dan a la motocicleta un aspecto extrañísimo. Son vehículos adaptados para el contrabando "legal" de gasolina. En momentos de "dificultad" se acercan a una gasolinera de Nigeria, llenan los depósitos y una moto que normalmente carga entre 5 y 10 litros vuelve "legalmente" a Benín con 100 litros de gasolina en el depósito.


Se sabe que hasta un 80% o más de todo el movimiento de gasolina en el país corresponde al sector informal. Esto, por un lado, supone una pérdida cuantiosa de ingresos para el Estado y por otro, aumenta seriamente los problemas sanitarios. En la lengua local esta gasolina se llama “kpayo” (gasolina sucia) porque no ha pasado ningún tipo de control, el transporte se realiza en bidones de cualquier tipo y suele estar adulterada con aceites de palma, de coco y otras sustancias tóxicas. Esto afecta directa y seriamente a los motores de coches y motocicletas, pero lo más grave es el incremento desmesurado de la polución que provoca. El aire al atardecer se hace totalmente irrespirable en el entorno de la franja costera y de las grandes ciudades del país, como Cotonou o Porto-Novo. Según el Departamento de Medio Ambiente, el coste sanitario derivado de las infecciones respiratorias en las ciudades es enorme, así como el de las intoxicaciones por plomo. Y habría que contabilizar todos los accidentes que se producen cada día a lo largo de todo el país y el peligro que supone la venta de gasolina al aire libre.

El número de surtidores oficiales es muy escaso en todo el país y casi nulo en las zonas del norte, donde las carreteras son malas y la llegada de suministros muy dificutosa e irregular, lo que supone otra razón añadida para que los conductores se decanten por la gasolina ilegal. Por si no fuese suficiente, la venta ambulante permite al conductor rellenar su depósito con cantidades ínfimas, como medio litro de gasolina e incluso menos (hay botellitas de fanta de un cuarto de litro), lo necesario para que muchas de las abundantes taxi-motos tengan combustible suficiente para llegar hasta su casa al terminar la jornada laboral y volver a la actividad a la mañana siguiente.

En los puestos callejeros el precio de la gasolina es aproximadamente la mitad que en las estaciones de servicio. La compraventa clandestina se ha extendido de tal manera que el Gobierno se considera incapaz de combatirla. Entre otras cosas, si lo hiciese, si se dedicase a perseguir la venta ilegal, dejaría sin medio de vida a miles de personas que ahora comercian con ella, y encarecería notablemente el precio de la gasolina, dificultando el comercio e impidiendo la adquisición de combustible a un gran número de personas que dependen de ella para sus actividades y para moverse por todo el país.

Del problema que ocasiona mantener el asunto de la gasolina en el punto que se encuentra son plenamente conscientes tanto el gobierno como los propios vendedores y ambas partes están de acuerdo en que es necesario caminar en la búsqueda de alguna solución. Tanto es así que los distribuidores de gasolina, a pesar de ser ilegales, se han agrupado para crear la AITRPP (Asociación de importadores, transportistas y vendedores de productos petroleros, según sus siglas en francés) y apoyan desde hace años la idea de reconvertirse en negocios legales aunque el tiempo pasa y el asunto sigue exactamente igual, según parece porque hay muchos intereses en que este negocio no sea nunca legalizado. Posiblemente el problema sea de complicada solución y la cruda realidad es que la gasolina ilegal, de contrabando y adulterada se sigue vendiendo impunemente de manera clandestina sin medidas de seguridad ni control alguno por parte del Estado, lo que tiene consecuencias muy negativas en la vida diaria de los benineses y por supuesto en las ya de por sí poco boyantes arcas públicas.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Doblar el lomo


Los investigadores estiman que el hombre es bípedo desde hace algo así como 4 millones de años aunque el tránsito comenzó a producirse hace unos 20 millones de años. Tardamos 16 millones de años en ponernos de pie (¡qué duro resulta levantarse!). 

El dejar de andar a cuatro patas ha obligado al hombre a lo largo de la historia a adaptar el entorno en el que se mueve para poder desarrollar sus actividades en esa posición que aleja sus manos del suelo. Así, desde la adopción de la postura erguida por parte de ese abuelo lejano llamado australopithecus hasta hoy, los hombres hemos ido incorporando a nuestras vidas utensilios y herramientas que nos permiten realizar más cómodamente los quehaceres habituales en esa postura (azadas, escobas, fregonas, bancos de trabajo, mesas, encimeras, etc.)


Por desgracia no todo el mundo avanza a la misma velocidad. En Benín las cosas van más despacio que en otras partes, con las ventajas e inconvenientes que esto conlleva. La mayor parte de las tareas rutinarias se llevan a cabo en ausencia de estos recursos complementarios y de mobiliario auxiliar específico (las escobas no tienen mango, el fuego para cocinar se hace a ras de suelo y casi no hay herramientas para trabajar en el campo), lo que obliga a que buena parte de las labores agrícolas y domésticas todavía se lleven a cabo acercando las manos al suelo, doblando el espinazo como antaño. En consecuencia, la postura habitual para gran parte de las actividades que realizan las mujeres en el entorno familiar es ésta del ángulo recto, en la que se les ve con frecuencia. Lavan, cocinan, barren y friegan doblando el lomo.


domingo, 23 de marzo de 2014

Ganvié, la Venecia africana

En Benín es posible encontrar todavía lugares especiales, envueltos en historias de persecuciones y creencias religiosas. Sin lugar a dudas, los poblados lacustres del lago Nokué, al sur del país, lo son y mucho. En los primeros años del siglo XVIII las tribus fon del reino de Abomey comenzaron a perseguir a otros pueblos por culpa del hambre. Este hostigamiento convirtió a los tofuni, una etnia poco belicosa, en una tribu errante en busca de la paz. Guiados por Agbogboe, su rey, los tofuni se refugieron aguas adentro en el lago Nokué, donde encontraron la seguridad que necesitaban, ya que las creencias religiosas de sus perseguidores, les prohibían entrar en el agua. Así surgieron los poblados lacustres y la leyenda de la tribu que aprendió a vivir sobre las aguas. Hoy, doscientos años después, aquel pueblo sigue teniendo su hogar sobre las 26.000 hectáreas de este lago. Ya no les persigue nadie pero ellos quieren seguir viviendo donde han vivido siempre, en el lago.

Entre los poblados lacustres de Nokué destaca especialmente Ganvié, aunque existen varios más. So-Tchanhoué, So-Zouko y So-Ava son los sonoros nombres que surgen de las aguas para bautizar estos poblados lacustres que albergan cerca de 40.000 personas. Las viviendas de estas gentes están construidas en un entramado de troncos montado sobre pilotes de madera que se clavan en el fondo del lago. Las paredes son de caña o de bambú y la mayor parte de los tejados de paja. Para los tofuni no existe otra forma de vida que no sea a bordo de las piraguas. Con el agua como referente y como compañera eterna. El agua es todo para ellos. En el agua está el mercado, la escuela, el centro de salud, las iglesias, el centro artesanal, los hoteles, las tiendas, todo. Incluso tienen su propio dios del lago, llamado Tohossou.

En todo momento, un buen número de embarcaciones faenan en las tareas de la pesca o se desplazan de un lado a otro por los caminos de agua. La mayoría lo hacen a remo. Algunos utilizan trapos grandes a modo de vela y unos pocos afortunados llevan motor. Aunque cada vez es más habitual la presencia de visitantes, todavía muchos de los ocupantes de las piraguas se tapan la cara con el sombrero o con las manos, bajan la cabeza o se esconden al verse enfocados por la cámara fotográfica. Algunos hacen signos de desaprobación y se enfadan.

Al acercarse al poblado, se aprecia cómo tras las ventanas sin cristales asoman las caras curiosas de los más pequeños. Un cartel en francés da la bienvenida a Ganvié. Entrar en este poblado es hacerlo en el mundo de las canoas. Todos los días, a la misma hora, las mujeres, vestidas con sus llamativos trajes de colores se dan cita en uno de los grandes canales. Es el grand marché, el gran mercado, el lugar donde se lleva a cabo el comercio cotidiano, la compraventa de todo lo necesario para sobrevivir. Se oye a algunas de ellas vocear su cargamento de tomates, de pescado frito, de jabón o de harina. No se echa de menos en ningún momento la tierra firme. Todo se maneja sobre el agua con la misma firmeza que si tuviesen los pies sobre la tierra.

Hay un par de hotelitos para pasar la noche en el lago. En ese caso se puede comprobar cómo lánguidas luces de petróleo hacen compañía a las que aún no han conseguido vender toda la mercancía. Poco a poco se deja de oír el ruido de los remos sobre la superficie del agua, mientras comienza a percibirse a través del aire melodías de ritmos afros desde algún móvil o procedentes de viejos transistores.

El lago Nokué les sirvió de refugio y fue su salvación hace doscientos años. Hoy ofrece a los tufoni el trabajo y el alimento que necesitan para vivir. Un sencillo pero ingenioso sistema de pesca ocupa buena parte del tiempo de los hombres. Con ramas clavadas en el lago montan un pequeño laberinto para los peces, que acuden atraídos en busca de alimento cuando las hojas se van pudriendo. Es cuestión de dejar pasar el tiempo, rodear el entramado con redes y quitar las ramas para hacerse con el preciado botín. Una visita a Ganvié resulta siempre curiosa y de gran interés.